
Desembocadura del río Camurí Chico, tras las lluvias del 15 y 16 de diciembre de 1999. A la derecha, parte baja de la urbanización La Llanada. Imagen tomada del CD Los aludes torrenciales de diciembre de 1999. (Instituto de Mecánica de Fluidos, Facultad de Ingeniería, UCV)
El alargado y estrecho espacio geográfico del estado La Guaira se extiende entre la montaña y el mar, con casi mil quinientos kilómetros cuadrados de territorio mayormente montañoso, localizado en la región venezolana conocida como Litoral Central. El mar Caribe, sobre el cual el estado asoma cerca de 120 kilómetros de costas, y las cumbreras de la serranía del Litoral, de abruptas vertientes norteñas por las que se precipita la caldereta, limitan y definen la geografía de la entidad federal que, desde 1864 hasta principios de junio de 2019, honró la memoria del ilustrísimo prócer civil José María Vargas.
La montaña es una presencia constante en el estado La Guaira, desde la cima del Naiguatá, a 2.765 metros de elevación, hasta los peñascosos tramos costeros, donde se hunde directamente en el mar. Pero la montaña también está presente en los conos de deyección y abanicos aluviales sobre los que se asientan los principales centros poblados, así como en los pedregosos playones que bordean las pequeñas ensenadas –Macuto es uno de los mejores ejemplos–, donde “a lo largo de la playa resuena interminable el fragor del pedrusco arrastrado por la resaca”, como lo describiera magistralmente Rómulo Gallegos, en el inquietante cuento Marina.
Así, la montaña está presente en los peñones, gravas y arenas que conforman aquellas acumulaciones, porque esos sedimentos fueron alguna vez arrancados de su topografía y depositados a orilla del mar, por torrentes como el Piedra Azul, el Osorio, El Cojo, los Camurí -Chico y Grande-, el San Julián y otros, que bajan de las alturas avileñas como mansos hilos de agua si sólo los alimenta el escurrimiento de la selva nublada, o como descomunales corrientes de inmenso poder de arrastre, cuando reciben en sus cabeceras precipitaciones de extraordinaria magnitud, como las de febrero de 1951 y diciembre de 1999. En estos casos, se suele hablar también de un tremendo poder destructivo, pero esta apreciación es marcadamente antropocéntrica y pasa por alto flaquezas exclusivamente humanas, como la ignorancia, la desmemoria, la irresponsabilidad y, seguramente, también la miseria.
La evolución cuaternaria del litoral central registró numerosos episodios de origen torrencial: formidables crecientes cuyas huellas están depositadas en estratos multiseculares, que conforman una suerte de infolio geológico; páginas que no han terminado de estudiarse. Del siglo XVIII, en cambio, parten las noticias consignadas por la historia documental. Las crónicas coloniales refieren, para esta región, eventos pluviométricos de extraordinaria magnitud en enero de 1742, diciembre de 1796 y mediados de febrero de 1798. Este último comentado por Humboldt y reseñado ampliamente por Eduardo Röhl, tuvo consecuencias particularmente desastrosas en la ciudad portuaria de La Guaira. Probablemente del mismo origen meteorológico, Röhl destacó también el episodio del 14 de enero de 1914 y formuló precisas recomendaciones para evitar similares tragedias en el futuro. No se hablaba mucho entonces de frentes fríos y aún menos de vaguadas.
En febrero de 1951, la Sección de Pronóstico del Servicio de Meteorología de la Fuerza Aérea Venezolana, entonces recientemente fundada, con la firma de Antonio Goldbrunner presentó la situación atmosférica que los días 15 y 16 generó lluvias intensas de larga duración, que afectaron gravemente el Litoral Central. Numerosas vidas y propiedades se perdieron entonces, pero el archivo municipal de Macuto fue puesto a salvo por un destacado nadador, nativo de Naiguatá, que ejercía como salvavidas en aquel balneario. Se llamaba Quintín Longa, había nacido en 1911 y falleció en 1994, un lustro antes de que los flujos de detritos de diciembre de 1999 destruyeran su casita, en Macuto.
El frente frío y la vaguada volvieron a mediados de aquel diciembre, guardando un asombroso parecido, en los mapas del tiempo, con los fenómenos de 1951. Las lecciones de la historia, de la geología y de la meteorología, no habían sido asimiladas. Las recomendaciones de los expertos no habían sido escuchadas. Las crecientes y sus efectos geomorfológicos -los procesos de vertientes-, ahora llamados impropiamente “deslaves”, cobraron una vez más muchas vidas y propiedades.
Por esos aciagos días, El Nacional (EN) publicó numerosas notas. Recordaremos parte de aquellos titulares y sumarios, los cuales podrían motivar ciertas reflexiones, dolorosas seguramente, pero necesarias. EN, 4 de diciembre de 1999, p. D12: “La autopista Caracas-La Guaira fue cerrada durante cuatro horas. Un muerto y cuatro heridos por lluvias en el estado Vargas”. EN, 5 de diciembre de 1999, p. D12: “Tres niños y un adulto murieron por fuertes lluvias en Vargas. Aparte de las víctimas se reportaron 2 heridos y daños en más de 200 casas. Unas 200 personas quedaron incomunicadas, 20 lanchas se hundieron o dañaron, y varios barrios y urbanizaciones están incomunicados”. EN, 14 de diciembre de 1999, p. D8: “Afectadas 829 familias en Vargas. Incomunicado Anzoátegui. Dos mil afectados en Margarita. Nuevas inundaciones en la Guajira”. EN, 14 de diciembre de 1999, p. C2: “Pronostican fuertes aguaceros en las próximas 48 horas. Tal como lo habían anunciado la semana pasada, en el Servicio de Meteorología de la Fuerza Aérea Venezolana calculan que las lluvias fuertes se prolongarán, al menos, hasta mañana”.
Seis meses después, el Dr. Maximiliano Bezada Díaz, geomorfólogo entonces Vicerrector de Investigación y Postgrado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, publicó en El Nacional (5 de julio de 2000, p. A4), un artículo titulado “Rastros de verdad en Vargas”, en el que declaraba: “Hurgando en la verdad sobre lo ocurrido en el estado Vargas, todavía persiste la duda en relación con la cantidad real de precipitación caída en diciembre”. Duda que persistía un año más tarde, cuando en el primer número de Aula y Ambiente (2001), revista del Centro de Investigación Estudio del Medio Físico Venezolano (Ciemefive), del Instituto Pedagógico de Caracas, publicamos un artículo titulado “Algunas consideraciones meteorológicas acerca de la catástrofe del estado Vargas en diciembre de 1999”. Ciertas dudas de entonces han podido aclararse.
A veinticinco años de los catastróficos sucesos, la reconstrucción llevada a cabo en los espacios afectados por aquellas lluvias de extraordinaria magnitud, no pareciera reflejar la asimilación de tantas lecciones impartidas por la Naturaleza, aunque ciertamente se ha tomado conciencia de otros problemas ambientales, como el caso de los desechos plásticos que, en enormes cantidades, el mar deposita en las costas de La Guaira. Ante esta situación, un grupo de docentes del Ciemefive, coordinado por el Dr. Orlando González Clemente, recientemente ha emprendido un estudio a través del proyecto Contaminación por plástico entre Camurí Chico y Los Caracas, estado La Guaira, Venezuela, en el que se busca determinar las características de los macro- meso- y micro-plásticos que el viento impulsa desde el mar hacia las costas, así como su posible procedencia. Auguramos éxitos a los colegas en sus investigaciones, que esperamos contribuyan a evitar que la inmundicia plástica nos impida seguir escuchando el milenario “fragor del pedrusco arrastrado por la resaca”.

Residuos plásticos arrojados a la costa por el oleaje, en Carmen de Uria, estado La Guaira (Fotografía: O. González Clemente, noviembre 2024)
Residuos plásticos arrojados a la costa por el oleaje, en Carmen de Uria, estado La Guaira (Fotografía: O. González Clemente, noviembre 2024)
Desde luego, huelga decir que los riesgos hidrometeorológicos siempre estarán presentes para esa geografía venezolana que se extiende entre la montaña y el mar, riesgos que aún podrían incrementarse debido al aumento de la frecuencia e intensidad de eventos atmosféricos potenciados por el calentamiento global y el cambio climático. Sobre esto caben pocas dudas.

Docentes y estudiantes del Instituto Pedagógico de Caracas, en actividades del proyecto de investigación Contaminación por plástico entre Camurí Chico y Los Caracas, estado La Guaira, Venezuela. Fotografía: O. González Clemente, noviembre de 2024
Nota: Sobre este tema, publicamos un ensayo titulado Vargas, una geografía entre la montaña y el mar. A 20 años de la tragedia el 22 de diciembre de 2019, en http://noticiasupelmiranda.blogspot.com. De aquellas notas se tomó información para el presente escrito.
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