Las cosas pueden ir muy mal en Siria… o muy bien. Demos a su gente optimismo

Las cosas pueden ir muy mal en Siria… o muy bien. Demos a su gente optimismo


La semana pasada, el tiempo se desplomó. La caída de Bashar Al Asad recordó escenas de toda la región desde el comienzo de la primavera árabe hace casi 14 años. De repente, la historia se sintió vívida, sus recuerdos se agudizaron. De hecho, ya no parecía historia. Escenas que parecía que nunca volveríamos a ver –multitudes apiñadas en las plazas las obscenas riquezas de los déspotas expuestas, sus fortalezas asaltadas, su iconografía profanada– desataron una sensación familiar, casi enfermiza, de posibilidad, de vértigo, de horror por lo que los dictadores que huían habían dejado a su paso, y de esperanza. La larga revolución de Siria –la muerte, la tortura, el encarcelamiento y el exilio que desató el aplastamiento de Al Asad– hace que su exitoso final sea agridulce. El precio fue tan alto que el botín es aún más caro.

El momento también es diferente en otro sentido. En esos 14 años, otras revoluciones en la región o bien se deshicieron o dieron como resultado el atrincheramiento de regímenes dictatoriales bajo una nueva administración. Y ese sentido de optimismo desenfrenado que siguió a la caída de esa primera generación de dictadores se vio atenuado por una cierta cautela sobre lo que vendría después. Pero puede y debe ser una cautela productiva en lugar de un motivo de desesperación. Porque Siria se beneficia ahora de una comprensión de la fragilidad de ese período. Para aquellos de nosotros que lo experimentamos antes en otros países, parecía un momento en el que el impulso de la revolución era imparable y purificador. Tenía una energía cinética que barrió con los viejos sistemas para ser reemplazados por nuevas administraciones, armadas con buenas intenciones y apoyo popular, que simplemente resolverían el problema. Pero en lugares como Egipto y Sudán los antiguos regímenes acechaban con mucha profundidad como para ser desarraigados simplemente quitando a sus representantes. En otros, como Yemen, los vacíos de poder y los grupos armados hicieron sus propias ofertas de poder y atrajeron a apoderados que alimentaron la guerra civil. Uno podría optar por mirar atrás hacia este historial y concluir que lo que sucedió fue siempre inevitable… o que se está formando una nueva Siria con el conocimiento de lo que entonces eran riesgos desconocidos.



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