Hay buenos motivos para reclamar a Estados Unidos por el trato a los migrantes. No es un asunto que concierna solamente a Colombia. Centroamericanos, haitianos, venezolanos, orientales, gentes de muchos lugares del mundo en busca de una mejor vida o simplemente de libertad se estrellan con la deportación a sus países de origen en condiciones que deberían ser menos inhumanas.
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En el mundo actual, cuando una faceta importante de la globalización, la de la libre movilidad de las personas, pareciera entrar en su peor crisis, plantear desde los países de origen de los migrantes una línea de acción política que alivie la situación de esa población es de mucho valor. Sin embargo, la forma como el presidente Petro pretendió intervenir en el debate mundial sobre el tema no pudo ser peor.
Entre las 3 y las 4 de la madrugada del domingo Petro pasó de escribir en X que deberían recibir a los colombianos deportados con banderas y flores a borrar ese trino y afirmar que no recibiría los dos aviones militares de Estados Unidos con los deportados. Actuaciones de ese estilo en un presidente muestran una enorme disociación con sus funciones, con su equipo de gobierno, con la sociedad y con los propios deportados, quienes iban a padecer más tiempo de maltrato e incomodidades en su viaje de vuelta a Estados Unidos por el reclamo a deshoras del Presidente.
Es evidente que la decisión de Petro en un tema tan delicado fue producto de cambios en su estado emocional; si no, cómo se explica que cambie de opinión en 40 minutos y que, además, lo haga público en X cuando casi todo el país dormía. Una decisión seria y calculada se transmite por otros canales y en otro horario.
El Presidente debe dejar de pensar que basta su palabra en X para que se creen
las cosas, no es poseedor de un lenguaje bíblico.
También es evidente que no fue una decisión tomada con su equipo de gobierno. El embajador en Washington contó en una entrevista que se enteró de lo ocurrido porque su teléfono empezó a sonar desaforadamente un poco antes de las 5 de la madrugada. El equipo que se reunió para resolver la crisis diplomática lo hizo aparte. Tomaban decisiones e interactuaban con diplomáticos de Estados Unidos por su cuenta y luego consultaban al Presidente. Sabemos ahora que incluso recibieron ayuda del expresidente Uribe en su tarea. Disociación total.
La situación se complicó mucho cuando Trump amenazó con aranceles y retiro de visas. En su estado de disociación, Petro no midió las consecuencias de una escalada diplomática: retó a Trump con subir los aranceles a Estados Unidos y revisar el estatus migratorio de 15.660 estadounidenses que viven en Colombia. Los costos para la sociedad iban a ser enormes. La mayor parte del comercio internacional de Colombia depende de Estados Unidos. La pérdida de empleos y la inflación iban a ser críticas. La gente iba a sufrir.
Pero al Presidente no parecía importarle, o no parecía caer en cuenta de las consecuencias de sus decisiones. Ordenó a sus funcionarios que buscaran otros mercados para suplir a Estados Unidos. Como si fuera así de fácil y se pudiera, de un día para otro, construir un mercado de esas dimensiones. Como si bastara su palabra en X para que se crearan las cosas, como si fuera poseedor de un lenguaje bíblico en una red social.
A fin de cuentas, los funcionarios lograron resolver la crisis. No habrá aranceles extraordinarios y se volverán a tramitar las visas. Sin embargo, el daño está hecho. Fue la oportunidad de Trump de mostrar la nueva postura de Estados Unidos con los países que pretendan salir de su órbita.
Mientras tanto, para el país es desconcertante que su Presidente piense en público, vía X, que va a ser capaz de convencer a Trump con un vaso de whisky, a pesar de su gastritis, de que Estados Unidos renuncie al petróleo y que encarna a un coronel Aureliano Buendía. Esos niveles de disociación cuestionan su estabilidad mental para gobernar.