Gisèle y el horror elevado a la máxima potencia

Gisèle y el horror elevado a la máxima potencia


Todo ocurrió entre el verano de 2011 y octubre de 2020. Una mujer francesa, casada felizmente con quien creía que era «un marido maravilloso» –como dijo ella durante el juicio– fue violada por, al menos, 50 hombres después de que su marido la sometiera a sumisión química. Él, por supuesto, también la agredía sexualmente, pero «ofrecía» su cuerpo a otros varones, también padres, amigos, vecinos ejemplares. Y es que si algo ha demostrado el doloroso caso de Gisèle Pelicot es que la violencia machista, la cultura de la violación y quienes la ejercen es estructural. No son monstruos extraordinarios ni psicópatas. La mujer, drogada durante las violaciones, no era consciente de nada y todo se descubrió de la forma más absurda, como caen siempre los grandes malos.

En septiembre de 2020, su marido Dominique Pelicot fue detenido tras grabar bajo las faldas de varias clientas de supermercado. En su casa descubrieron cientos de vídeos con las agresiones a su mujer y se abrió juicio contra todos. Precisamente es ahora, al terminar el año, cuando se dictará sentencia contra ellos pero a lo largo de estas semanas de paseíllo judicial también se ha visto algo muy importante para el feminismo: cómo la vergüenza va cambiando, por fin, de bando.

Si al principio veíamos a una Gisèle apocada y oculta tras sus gafas de sol entrando en el tribunal de Aviñón; durante las últimas sesiones, la mujer, convertida ya en un símbolo feminista en toda Europa, se quitaba las gafas y entraba con la cabeza bien alta. «Ya está bien de tanto machismo», parecía decir con su actitud.

El machismo, sí, esa lacra que no parece que sepamos erradicar tampoco en nuestro país, donde las cifras este año pueden llevar a engaño. Si bien, hasta el 18 de diciembre iban 45 mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas –la más baja desde que hay recuentos– el problema sigue siendo el mismo: la mayoría de las mujeres que son víctimas de maltrato no habían denunciado. Concretamente solo una de cada cuatro, según una macroencuesta de Igualdad, que sigue sin dar en la tecla con esta cuestión.

Las expertas aseguran que esto no solo es preocupante (significa que las víctimas siguen sin confiar en el sistema), sino que supone que el Estado solo tiene que proteger, en realidad, al 21,7% de las mujeres maltratadas. La cuestión parece evidente: si la mayoría siguen sin denunciar (aunque cada vez lo hacen más), ¿en qué fallamos como sistema? Pero si hay una cifra mala este año es, sin duda, sobre la violencia vicaria. Se ha batido un triste récord: 9 niños han sido asesinados por las parejas o exparejas de sus madres (muchas veces sus propios padres) con el único objetivo de hacer daño a sus madres con el dolor más horrible que se puede sentir. Es el gran tema pendiente, el gran reto, y que sin duda tendrá que ser abordado no solo porque ataña a menores en muchas ocasiones sino porque es la forma más extrema de la violencia machista, por lo que muchas feministas ya la llaman violencia machista vicaria.

A las puertas de 2025, por increíble que parezca, ellas siguen solas, muchas veces invisibles. Las grandes olvidadas.



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