Jeff Bezos y Elon Musk llevan años compitiendo en una especie de maratón multimillonaria. Se han disputado el trono de la persona más rica del mundo en más de una ocasión, se han enfrentado en la carrera espacial con sus respectivas compañías de cohetes, y han librado más de una batalla por contratos de miles de millones de dólares con la NASA. Ahora sabemos que la próxima recta se disputará en la industria de los coches eléctricos. Según varias fuentes internas, el fundador de Amazon está respaldando una startup de coches eléctricos llamada Slate Auto para rivalizar con Tesla, que se encuentra en uno de sus peores momentos. Y, si todo va según lo previsto, empezará a fabricar vehículos el próximo año… si no fracasa en el intento.
Desde 2022, la compañía ha estado operado de manera sigilosa, fichando talento de aquí y allá, apuntando a gigantes como Ford, Stellantis, Harley-Davidson e incluso antiguos ejecutivos de Chrysler. De hecho, es una veterana de esta última, Christine Barman, quien estará al mando del proyecto. La misión es poner en la calle una camioneta eléctrica biplaza por apenas 20.000 dólares. Una propuesta que ha hecho a más de un empresario levantar las cejas por su precio barato, radicalmente más bajo que el del ‘Cybertruck’ de Tesla, que ronda los 82.000 dólares. Y ni hablar de otras como la Ford F-150 Lightning, la Silverado EV o la Hummer EV, todas con precios muy por encima. De hecho, si finalmente se establece ese precio, rompería con la media del mercado: 49.740 dólares para los de combustión y 53.248 para los eléctricos.
¿Cómo van a sacar adelante esta empresa? Según documentos revelados por TechCrunch, la empresa ya ha acumulado una considerable cantidad de fondos para alcanzar ese objetivo. En 2023, levantó al menos 111 millones de dólares en una discreta ronda Serie A. Y hacia finales del mismo año cerraron una ronda Serie B, aunque todavía no han presentado la documentación ante la Comisión de Bolsa y Valores. Entre los inversores se encuentran pesos pesados como Mark Walter, dueño de los LA Dodgers de béisbol, y Thomas Tull, un inversor íntimo de Bezos y el propio Bezos, cuya inversión representa su disparo más claro hacia la movilidad eléctrica, más allá de su ya conocida relación con Rivian a través de Amazon.
Y es que Slate huele a Amazon por todas partes. Además del respaldo de la familia Bezos, está dentro Diego Piacentini, ex alto ejecutivo de Amazon. De hecho, buena parte del equipo directivo proviene directamente del ecosistema Amazon: expertos en e-commerce, experiencia digital y estrategia automotriz que alguna vez reportaron directamente al multimillonario como Wei Gao, exvicepresidenta de tecnología, productos y cadena de suministro de la empresa de e-commerce, quien dejó la compañía en 2021.
¿Sobrevivirá al ‘valle de la muerte’?
Es la pregunta que ahora se hacen todos los inversores. Durante años, los vehículos eléctricos fueron la promesa del sector, pero hoy esa chispa parece estar apagándose. Lo que parecía una revolución atraviesa ahora un desierto del que muy pocas empresas salen con vida: el “valle de la muerte”, como han denominado algunos analistas económicos. Al que han sucumbido ya decenas de startups de vehículos eléctricos. Y las que siguen respirando, como Rivian o Lucid Motors, lo hacen tras quemar miles de millones de dólares.
Consciente de ese campo de minas, Slate parece querer apostar por una estrategia diferente: no sólo fabricar coches a precio de derribo, sino también construir una línea de accesorios y productos paralelos para mejorar los márgenes de beneficio: desde ropa y merchandising hasta elementos para personalizar el vehículo (altavoces, puertos USB, arneses para perros y un sinfín de cachivaches más). Mientras casi todas las nuevas marcas de eléctricos han intentado emular a Tesla (empezar con vehículos premium, vender pocos pero caros, y luego pasar al gran público), Slate apunta al consumidor medio desde el principio: el cliente compra barato y luego ya mejora el coche a su ritmo.
Sin embargo, el panorama no pinta demasiado bien. La oferta de coches nuevos económicos ha desaparecido del mapa estadounidense. El año pasado, Mitsubishi anunció que dejaría de vender el Mirage, el último coche por debajo de los 20.000 dólares. Hoy, en ese rango de precio, solo sobrevive el Nissan Versa. Y en el segmento eléctrico, la situación es aun peor. Rivian lidera las pérdidas con un negativo de 22.200 millones de dólares, y se espera que ese agujero supere los 24.000 millones este año. Lucid acumula 11.000 millones en rojo. Y Ford, solo en su división de eléctricos, suma más de 10.500 millones en pérdidas.
El problema es estructural: lanzar una marca de coches eléctricos desde cero es prácticamente una utopía. Las compañías necesitan fábricas propias, baterías de última generación, software, redes de carga, cadenas de suministro… Todo antes de vender su primer coche. Es decir, la inversión inicial es tan desorbitada que muchas se hunden antes de siquiera despegar. Si Amazon se hiciera en algún momento con Slate, le proporcionaría parte de toda esta infraestructura necesaria.
Tesla tardó casi una década en salir de ese túnel. Fue pionera y eso le dio ventaja, pero el mercado ya no es lo que era. El ansia de los inversores ya no es el de antes, el mercado está saturado de fabricantes chinos y el debate sobre el coche eléctrico se ha vuelto político, especialmente en EEUU. Desde que Trump llegó a la Casa Blanca, se ha propuesto desmantelar las políticas verdes de la era Biden y ha lanzado una ofensiva contra los vehículos eléctricos. Acusa al gobierno anterior de imponer un “mandato de EV” —un término inventado— y firmó una orden ejecutiva que busca aniquilar los subsidios, créditos fiscales y regulaciones que incentivaban la compra de coches eléctricos. Todo eso con el propósito de dar carta blanca al petróleo y volver al motor de combustión interna.
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Albert Sanchis
Incluso, Trump piensa eliminar los créditos de 7.500 dólares por coche eléctrico, frenar los fondos destinados a infraestructura de carga y permitir que los fabricantes vuelvan a producir coches más contaminantes, alegando que las normas actuales “imponen una carga injusta al consumidor”. Una clara distorsión de la realidad: nadie está obligado a comprar un coche eléctrico. Y en medio de ese caos, Tesla, como marca insignia, ha sido el blanco perfecto.
Aprovechando la caída en desgracia de Tesla
Con el lanzamiento de Slate, Bezos parece estar buscando aprovechar la mala imagen que ha dejado Musk y que le ha llevado a estar en medio de un vendaval político, económico y social del que le está costando salir. Las protestas contra Tesla —y sobre todo contra su CEO— en tiendas y fábricas han escalado rápidamente hacia vandalismo, amenazas y hasta violencia callejera. Hace poco hablábamos en este diario de la publicación de un mapa online con datos confidenciales de propietarios de coches Tesla y empleados de concesionarios de la marca. Musk reaccionó en X (Twitter) calificándolo de “terrorismo doméstico extremo”.
Desde que asumió su nuevo rol como “supervisor del Departamento de Eficiencia” en el gobierno de Trump, el magnate ha cruzado una línea que le ha costado muy caro. Sus polémicos guiños al AfD alemán, su discurso antimigración, su participación en el Departamento de Eficiencia Gubernamental, donde ha llevado a cabo despidos masivos de la Administración y ha metido mano a datos de pagos del Gobierno o Hacienda… El mercado ya ha empezado a reflejar esa impopularidad: en Europa, las ventas de Tesla han caído un 70% en 2025, mientras las matriculaciones de vehículos eléctricos en general han subido un 31%.
Mientras, los dueños de Tesla denuncian acoso, pintadas en sus coches con mensajes como “Coche Nazi” o “¿A qué sabe el semen de Elon?”. Una camioneta eléctrica, que para muchos era simplemente una elección por la sostenibilidad, hoy se ha convertido en un blanco rodante de pugnas ideológicas. Y mientras, Bezos se frota las manos mientras observa desde lejos un tropiezo detrás de otro, listo para adelantar por la izquierda a su eterno rival con la misma receta.