
Los jugadores del Barça, en Dortmund / Valentí Enrich
El Barça perdió el martes en el Signal Iduna Park, sí. Pero lo hizo en el mejor día posible para hacerlo. En un templo del fútbol europeo, frente a un Dortmund herido en su orgullo y tras haber resuelto media eliminatoria en Montjuïc con un 4-0 que todavía retumba.
El 3-1 en Alemania puso nervioso a más de un ‘culer patidor’, donde me incluyo, pero no debería. Porque por primera vez en seis años, el Barça está en semifinales de la Champions League. Porque jamás el Borussia estuvo a menos de dos goles de igualar la eliminatoria. Porque, por extraño que parezca, esta derrota es una victoria en el camino.
El barcelonismo parece que vive atrapado en un trauma sin fin y en la ansiedad constante del pasado reciente, como si cualquier pequeño temblor en Europa fuera el prólogo de una nueva Roma, un nuevo Anfield. No los culpo, la historia reciente incluso les da la razón… Pero el de anoche no fue ese tipo de colapso ni un desmoronamiento táctico. Fue un partido tenso, incómodo, en un escenario hostil, ante un rival empujado por la épica… y que aún así nunca logró poner en jaque la clasificación culé, aunque ese gol anulado a Brandt en el 80’ provocó más de un microinfarto en Barcelona.
¿El equipo de Flick sufrió? Claro. ¿Se vio superado por momentos? También. Pero esto es la Champions. No se llega a semifinales sin pasar por el barro, sin noches donde el rival aprieta, donde el balón no corre como debería. Y el Barça, por fin, supo gestionar esas dificultades, sobre todo con la entrada de Pedri al campo, algo que parece que muchos omiten y que explica también las dificultades para controlar el tempo del partido ante la estampida del Dortmund cuando el canario estuvo en el banquillo en la primera hora del choque.
De acuerdo, el equipo no brilló, pero resistió. No dominó, pero golpeó cuando lo necesitaba, con ese gol en propia meta forzado entre Fermín y Lewandowski cuando la fiebre amarilla más creía en la remontada, un golpe maestro de esos que venían faltando en momentos de tensión en las últimas épocas en las que el Barça, simplemente, no llegaba a sacar la cabeza cuando tocaba competir.
Este Barça, además, por mucho que a algunos se les olvide, está aún en construcción, como bien comentó nuestro compañero David Bernabeu. Flick ha traído orden, ha recuperado automatismos y ha infundido un sentimiento colectivo de compromiso, pero no puede hacer milagros en tan poco tiempo. Y aun así, en abril de su primer año, ha devuelto al club entre los cuatro mejores del Viejo Continente. Es mucho más de lo que se podía exigir en agosto y perder en Dortmund no empaña nada de lo que hemos visto o soñado. Al contrario, es una lección en el momento justo.