Una de las reuniones festivas que más gustaban a Mario Vargas Llosa era el día de campo en el Jaral de la Mira, una finca propiedad de los hermanos Sandoval en El Escorial donde la cátedra que lleva su nombre organizaba homenajes que tenían una doble vertiente.
Por un lado, celebrar su cumpleaños por adelantado con sus muchos amigos y con parte de su familia. Por otro, una subasta para recaudar fondos. Siempre le acompañaba su hijo Álvaro y, en la última convocatoria, también Gonzalo.
Morgana era la única que nunca participó en estos homenajes. Al principio del divorcio de sus padres tomó partido por su madre. La historia de esa separación afectiva la explicaban desde el entorno más cercano por la forma tan poco elegante que había tenido el escritor en comenzar su historia sentimental con Isabel Preysler.
El tiempo, que todo lo cura, y el cariño tan profundo hacia su progenitor hizo que poco a poco la relación volviera donde siempre había estado. Patricia Llosa hizo mucho para que Morgana y Gonzalo apartaran el enfado inicial e hicieron suoa el éxito de Julio Iglesias ‘La vida sigue igual’. La convivencia hasta la fecha de su fallecimiento fue diaria y cotidiana. Vargas Llosa abandonó Madrid y se instaló definitivamente en su casa de Lima, que había sido su puerto seguro.
La convivencia de estos últimos años con Patricia, de la que se divorció tras su noviazgo mediático con Preysler, tuvo varias etapas. La primera, complicada por la exposición frívola del nobel que, ante el estupor de su grupo de amigos y familia, se convirtió en el acompañante de la filipina, protagonizando inauguraciones de tiendas Porcelanosa y reportajes inimaginables. Una segunda, donde cada uno vivió su vida y esta tercera en la que Vargas Llosa volvió como los elefantes a su lugar de origen.
Retomando las dos fiestas camperas de su cátedra una vez que la ruptura fue oficial, el que no apareciera Morgana y sí sus hermanos Álvaro y Gonzalo tuvo que ver con cuestiones geográficas y estratégicas. La hija vive en Lima con hijos adolescentes y sus viajes a España en esas fechas eran complicadas. En cambio, la convivencia ha sido diaria y cotidiana desde que el nobel abandonó Madrid para pasar sus últimos días en su país.
Mi encuentro con el nobel se remonta los veranos de los 90, en los que pasaba parte de sus vacaciones en la clínica Buchinger de Marbella. Una costumbre que nunca abandonó y que formaba parte de su agenda. No formaba parte de lo que se denominaba jet set pero sí mantenía una amistad con Jaime de Mora, el hermano divertido de la reina Fabiola de Bélgica, que siempre tuvo la mejor agenda de contactos.
Lo mismo estaba en la V Vargas Llosa, como en la T de traficantes de armas Kasogui o en la K la princesa Michael de Kent, prima de la reina Isabel II. El Tito Jimy, como se le conocía en la Costa del Sol, fue quien me introdujo en el mundo del que aún no era premio nobel. Gestionó una entrevista que cada año se repetía para la revista ‘Tiempo’. Fue el escritor quien me contó la relación con Miguel Boyer y con la propia Isabel Preysler.
Primero llegó a su vida la reina de corazones y después el exministro. Fue Mona Jiménez, peruana como él y con gran poder de convocatoria, capaz de reunir en sus lentejas a todo el espectro político, empresarial, financiero e intelectual de los 80 y 90. Ella gestionó por 3.000 pesetas de aquellos años la entrevista de Preysler con Vargas Llosa para la revista ‘¡Hola!’.
En la fiesta campera de hace dos años le pregunté por si era cierta esa historia o leyenda y efectivamente me la reconfirmó: “No sabía quién era hasta que Mona me explicó que era la ex mujer de Julio Iglesias. Que la pagaran esa cantidad a mi amiga por intermediar me parecía algo sorprendente y cerramos la cita”. Muchos años después de ese encuentro donde pudo quedar algo pendiente también fue la misma revista (el álbum de la familia Preysler, como lo definió Tamara Falco) quien publicó la primera imagen de ambos. Una información secreta que interesó que se hiciera oficial.
Ese mediodía de hace dos años en la finca de El Escorial me sorprendió con otra historia que desconocía y que había sucedido también en Marbella. Como testigos cercanos de ese momento, el periodista Juan Luis Cebrián y su mujer. El nobel disfrutó de una noche de baile en una fiesta privada organizada por Pitita Ridruejo y su marido, el embajador filipino Mike Stilianopoulos. Cada verano les invitaban a su casa en la urbanización Los Monteros y allí demostraba lo buen bailarín que era. Así lo contó en el aperitivo previo al almuerzo en la finca de los hermanos Sandoval.
Y hubo otra revelación más. Esta ya la había contado Federico Jiménez Losantos en su programa. Según algunas informaciones, sus celos fueron la causa de la separación. Al preguntarle por esta historia podía no haberme dado ninguna explicación, pero sí quiso desmentir el dato. “Puedo tener muchos defectos, que los tengo, pero el de los celos nunca han formado parte de mi vida”. Y así zanjó la versión que había facilitado la viuda de Miguel Boyer.
Esas fiestas en el campo de los últimos años fueron el acercamiento a su mundo taurino, donde siempre hubo una capea para festejarle. La última a la que acudió tuvo a Cayetano Rivera Ordóñez como figura destacada y su brindis al nobel. Una relación que ya venía de largo por la admiración que Vargas Llosa sentía por Paquirri y por el abuelo Ordóñez. Siempre nos quedará el nobel como recuerdo intangible de esas tardes con Mario en la sierra madrileña.