Tras el despido del ya exasesor de Seguridad Nacional Mike Waltz por sus implicaciones en las filtraciones militares del ‘caso Signalgate’, Donald Trump ha desginado … a su secretario de Estado, Marco Rubio, como responsable interino del departamento. La elección es temporal pero hace historia. El exsenador de Florida se convierte en el miembro del gabinete estadounidense que acumula más poder gubernamental en la historia contemporánea, claro está, después del presidente y el vicepresidente. Su nombramiento encarna además la representación del ‘sueño americano’ que tanto gusta vender a la Administración republicana entre los inmigrantes: el hijo de una familia exiliada de Cuba a Miami que consigue escalar a las más altas cumbres de la Casa Blanca.
Rubio ejerce desde este viernes como secretario de Estado, administrador de la Agencia de Desarrollo Exterior, jefe de la Administración Nacional de Archivos y Registros y asesor de Seguridad Nacional. Estos dos últimos puestos son interinos hasta que Trump los reasigne a otros políticos de su gusto. Pero todo ello es demostrativo de la confianza que el inquilino del Despacho Oval tiene en su antiguo contrincante de primarias republicanas.
Sus progenitores llegaron a Miami en la década de 1950. Su padre logró un puesto como camarero mientras su madre alternaba el trabajo en una fábrica con el de empleada de la limpieza en hoteles. Rubio, de 53 años, siempre ha recordado su origen humilde. Formó parte en la década de 1990 de la Cámara de Representantes por el Estado de Florida. En 2010 logró una plaza en el Senado. Su padre murió dos meses antes de que la ocupara. Allí destacó por su visión bipartidista y su capacidad para llegar a acuerdos con los demócratas.
En 2016 compitió para ser elegido candidato presidencial frente a otros rivales como Trump o Jeb Bush. Finalmente, renunció tras comprobar que el magnate inmobiliario había ganado más apoyos que él mismo en Florida. El actual presidente nunca ha olvidado que le cediera el paso en aquel momento, pese a los epítetos que ambos se dedicaron en las primarias conservadoras. Trump le llamaba «el pequeño Marco» mientras Rubio le tildaba de «estafador» y cuestionaba la virilidad de su rival en razón al tamaño de sus manos. «Ya saben lo que dicen de la gente que tiene las manos pequeñas», insinuaba a la audiencia de sus mítines. A lo que luego Trump respondía: «¿Si son pequeñas, algo más debe ser pequeño? Yo les garantizo que no hay problema». Todo muy edificante.
Defensor de su jefe
Mientras la estrella de Elon Musk se debilita, Rubio se ha convertido en el satélite principal del Despacho Oval. Acumula un volumen de poder hasta ahora desconocido en una Administración estadounidense reciente. Solo existe el precedente de Henry Kissinger, que ejerció como secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional entre 1973 y 1975.
De alguna manera, Rubio ha ensombrecido la figura de Musk, con quien mantiene una tensa relación desde hace dos meses. Las sucesivas crisis internacionales y el deseo de la Casa Blanca de proyectarse en el exterior le han otorgado protagonismo y visibilidad tanto en Europa como en América Latina, Oriente Medio o Ucrania. Tampoco es que Trump haya decidido caprichosamente entre sus dos principales consejeros. El curso de los tiempos y de los acontecimientos han obrado en favor del diplomático.
El propietario de Tesla dejará este mes de mayo casi todas sus responsabilidades en el Departamento de Eficiencia Gubernamental con el fin de salvar del declive a su propia compañía automovilística. El presidente ha dicho de él este mismo jueves: «Es un tipo increíble». Pero en su entorno afirman que se siente frustrado por los índices de desaprobación públicos –el 57% de los estadounidenses critica la gestión de Musk–, los escasos resultados prácticos –prometió recortar el gasto gubernamental en dos billones y solo lo ha rebajado en 160.000 millones– y los desencuentros con figuras claves de su círculo personal: el economista Pete Navarro y el propio Marco Rubio. Es cierto que Elon Musk se va condecorado. «Ha hecho un trabajo muy valioso por su país», le halaga el presidente que, sin embargo, al final ha preferido soltar amarras.
Donald Trump y Susan Wiles se saludan delante de Melania Trump durante la investidura presidencial.
Reuters

Ese mismo entorno presidencial afirma que el secretario de Estado ha cimentado día a día la confianza y la amistad de Trump. «Tiene una estrecha relación de trabajo diaria con el presidente. Claramente han estado en un ambiente donde se han conocido muy bien», ha declarado la portavoz del Departamento de Estado, Tammy Bruce, sobre su nuevo nombramiento como asesor de Seguridad Nacional, del que se enteró por los periodistas. La elección fue una decisión muy personal del mandatario.
Rubio, el todopoderoso Rubio, se ha ganado el buen rollo que tiene con el presidente. No solo le garantiza el hecho de arrastar consigo a los inmigrantes legales que viven en Estados Unidos, sino que en un envidiable ejercicio de equilibrismo justifica la política trumpista de deportar a los ‘otros’, los clandestinos sin papeles, y de enviar a la prisión de El Salvador a los considerados delincuentes y pandilleros.
Se ha comentado mucho que, cuando el presidente Volodímir Zelenski fue abroncado por Trump y JD Vance en el Despacho Oval, él pareció levemente disgustado, pero nadie escuchó una palabra o le vio un gesto desaprobatorio. Y defiende a ultranza la filosofía de su jefe sobre el ‘América primero’. Rubio opina que Estados Unidos se ha centrado menos en el bienestar de su propia gente y más en los conflictos ajenos y las transacciones en beneficio de terceros países, de modo que ahora es su turno para seguir proyectándose en el mundo cuidando de sus intereses. Lo dijo en abril ante la OTAN: mientras los países europeos invertían en la calidad de vida de sus sociedades, Estados Unidos gastaba en la seguridad como ‘gendarme del mundo’. Y eso es lo que Washington trata de cambiar ahora.
A buenas con la jefa de gabinete
El multiconsejero es un halcón, pero sabe negociar con el contrario. Y se lleva a las mil maravillas con Susan Wiles, la ‘dama de hielo’, en lo que parece ser otro elemento a su favor. Wiles es una veterana estratega. Trump la tiene a su lado como jefa de gabinete después de que estos últimos cuatro años se encargase de su resurección social y política hasta sentarle de nuevo en el Despacho Oval.
Su poder es excelso. La consejera es la única persona que hace pasar semanalmente a Elon Musk por su despacho para rendir cuentas. Y el hecho de que Mike Waltz hubiera caído en desgracia ante ella se barrunta como una de las claves que han precipitado su despido fulminante. También Laura Loomer, la principal representante ultraconservadora del movimiento MAGA, con una influencia nada desdeñable sobre el presidente, había pedido la expulsión del ex boina verde por deslealtad.
Rubio y Waltz durante las conversaciones de paz con Rusia en febrero en Emiratos Árabes.
Reuters

A partir de ahora Rubio tendrá unas competencias extraordinarias. Hasta la designación de un sustituto fijo para Waltz, él ostentará la responsabilidad principal en la seguridad interior e internacional de Estados Unidos. Los más críticos han comenzado a pronunciarse y opinan que concentrar en una única persona cuatro puestos tan exigentes en cuanto a tiempo, concentración y esfuerzo puede hacer descarrilar el proyecto gubernamental. Otros fían el futuro a la temporalidad de su última asignación.
Kissinger llegó a ser en sí mismo una representación del poder. Hay quien cree que, con el actual secretario de Estado, puede suceder lo mismo. Creer que no hay ataduras. Como administrador de la Agencia de Desarrollo Exterior, o de sus restos tras la poda realizada por Musk en su plantilla, Rubio prevé tomar un mayor control sobre los criterios de este órgano, al que ha acusado de repartir miles de millones a países en crisis al estilo de «una organización benéfica» y no como un área del Departamento de Estado que debe medir cada dólar del contribuyente. Bajo ese discurso, muchos demócratas temen que la finalidad humanitaria de la agencia, creada durante el mandato de John F. Kennedy, quede eliminada y se convierta en una herramienta política con la que manejar a naciones depauperadas.
Su otro cargo como archivero principal de EE UU también genera ciertas dudas. Los Archivos Nacionales y Administración de Documentos de Estados Unidos (NARA) se han caracterizado tradicionalmente por su imparcialidad, gobernara quien fuera en la Casa Blanca, y son una institución ampliamente venerada por políticos, juristas, académicos y el propio pueblo estadounidense ya que guarda todos los registros y documentos históricos de la nación desde sus orígenes. A él se recurre para trámites administrativos o como fuente de documentación, pero también es fundamental para debatir una reforma de la Constitución o se necesitan encontrar antecedentes ante una controversia política o presidencial de alto calado.