Israel interceptó la madrugada del lunes el barco ‘Madleen’ en el que navegaba la Flotilla de la Libertad. Entre sus miembros, Greta Thunberg, que junto … a voluntarios de varias nacionalidades intentaba romper el bloqueo de Gaza y entregar una cantidad simbólica de ayuda humanitaria. El intento era también simbólico. Los voluntarios sabían que el Ejército israelí les frenaría, pero quizá no que lo haría con delicadeza, evitando lo que el diario ‘Haaretz’ llamaba ayer «atención significativa de los medios de comunicación». No hubo abordajes espectaculares ni armas apuntando a la cabeza de jóvenes celebridades. El Gobierno israelí difundió una foto en la que un soldado le entregaba un bollo a una Greta Thunberg de aspecto más infantil de lo habitual. El sarcasmo lo aportó un experto: el ministro de Defensa Israel Katz. Anunció que Thunberg estaba «a salvo y de buen humor». También que el resto de los pasajeros del «Yate Selfie» estaban ilesos y tenían sus sándwiches. «El espectáculo ha terminado», concluyó Katz, que es el ministro que hace un año mezcló en un vídeo terroristas de Hamás con cantaores flamencos para denunciar el apoyo del Gobierno español al reconocimiento del Estado palestino.
Pese a lo que pueda parecer, el Gobierno de Netanyahu mide la violencia. Con metrónomo. La mínima para un ‘Madleen’ lleno de activistas en busca de publicidad. La máxima para la población de Gaza, incluyendo desplazamientos y hambrunas, de modo que, entre otras cosas, Arabia Saudí no pueda apoyar la iniciativa francesa para impulsar en la ONU un proceso que implique a los países de la zona que respaldan a Palestina y pueden reconocer el derecho a existir de Israel. El modo en que el plan de Macron se hunde es algo así como el reverso trágico del fracaso de la Flotilla de la Libertad. No se vislumbran opciones para la paz en Oriente Próximo. El ministro Kertz también recomendó ayer que, antes de sacarlo del país, se le mostrasen al grupo de Greta Thunberg las imágenes de la matanza del 7 de octubre. Para que dejen así de ser «amigos de Hamás». El Gobierno de Netanyahu administra esas imágenes como un sortilegio moral, uno que puede hacerte entender que las mayores brutalidades no merecen toda la justicia sino la mayor de las venganzas.
Colocado a un paso del banquillo por un juez del Supremo, el fiscal general del Estado anuncia que bajo ningún concepto va a dimitir. Podría hacerlo, sencillamente, bajo el de la ejemplaridad. Y evitar un proceso en el que un subordinado suyo deba decidir si le acusa o no. No sucederá en un país en el que todas las patadas del poder son a seguir y los destrozos institucionales una música que ya ni se detecta. Al principio, lo de la revelación de secretos del fiscal general no había sucedido. Después sí sucedió, pero no tenía importancia porque lo que se reveló no era un secreto. Ayer el ministro Puente dijo que lo que sucede es que los jueces ejercen cada lunes la oposición al Gobierno para salvar al inútil de Feijóo. Un ministro asegurando que los jueces prevarican. Otra vez. Y añadiendo que son la «oposición real» al Ejecutivo. Lo que hicieron el viernes las cuatro asociaciones judiciales, también la progresista, fue respaldar a la jueza de Badajoz que lleva el caso del hermano de Pedro Sánchez y recordar que los intentos de «presión, intimidación o descrédito» hacia jueces en el ejercicio de sus funciones son una grave amenaza para la democracia. Hay que ver. Con lo que nos preocupaban las derivas iliberales en Centroeuropa.