Ha costado mucho. Y era normal. Casi cuatro años de una pena y añoranza que parecía infinita. Una nostalgia aplastante porque superar la traumática marcha de Leo Messi, el mejor jugador de la historia del Barça y, tal vez, de la historia del fútbol desencadenó un proceso depresivo. Y tuvo que llegar Hansi Flick, un entrenador ajeno al universo Barça, para terminar con ese duelo al que no se adivinaba salida.
Era experto pero inexperto a la vez (nunca se había sentado en un banquillo fuera de Alemania, donde ocupó el del Bayern de Múnich y luego el de la selección) pero ha construido en tiempo récord -apenas siete meses- una obra monumental, que va más allá de los títulos que pueda lograr.
De momento, ya tiene la Supercopa de España, es líder en la Liga con tres puntos sobre el Madrid y nueve sobre el Atlético, peleará el miércoles en el Metropolitano por entrar en la final de Copa (4-4 en la ida con el grupo del ‘Cholo’) y se asoma a los cuartos de la Champions con el inminente duelo contra el Borussia Dortmund.
Pero no existe mayor tesoro para Flick, un entrenador descontaminado, ajeno al entorno (no sabe lo qué ni le interesa) que haber alzado un equipo extraordinariamente divertido, goleador (139 tantos en 45 partidos, algo nunca visto antes), con una idea tan atrevida que seduce a sus aficionados. Resulta hasta adictiva.
Y les ha devuelto, tras años de desorientación y caos, la necesidad de ver jugar a su equipo. Necesidad y orgullo porque el Barça, tras un tiempo oscuro y turbulento (algo que aún se aprecia en la gestión familiar del club, oculta bajo la luminosidad que desprende el juego), se ha convertido en un faro de modernidad, equiparable al esplendoroso Paris SG, y sin Mbappé, edificado por Luis Enrique o el Liverpool de Slot, aunque haya perdido encanto al quedarse fuera de la Champions.

Robert Lewandowski. / EFE
Se maneja el conjunto de Flick, un técnico que se aleja del rudo pasado alemán que transitó por el Camp Nou (no es el innovador Hennes Weisweiler ni tampoco el intransigente Udo Lattek), con cifras ‘messiánicas’. Pero sin tener, claro, a Leo. Y, sobre todo, abriendo un paisaje de esperanza e ilusión sustentado en un Barça seductor e innovador capaz de levantarse de “un noviembre de mierda”, que luego se prolongó en diciembre.
20 partidos sin perder
Lleva ya 20 partidos consecutivos sin perder en este 2025, encadenando en la Liga 27 puntos de los 27 últimos posibles. O sea, roza la perfección, sin dejarse regir únicamente por la Biblia del estilo azulgrana. Ha añadido el alemán nuevos mandamientos tácticos, sostenido, eso sí, siempre en la desacomplejada filosofía ‘cruyffista’ que modificó, y para siempre, los cimientos de un club perdedor y victimista. Hansi no quiere excusas. Y donde hay un problema intenta buscar una solución.

Míchel, técnico del Girona, y Hansi Flick. / EFE
No pidió nada al llegar ni tampoco ahora cuando ha conquistado al barcelonismo sin hablar apenas una palabra en castellano. O en catalán. Su trabajo habla por él, inteligente como ha sido fusionando la sabiduría de veteranos que parecían ex jugadores (Lewandowski es el mejor ejemplo) con esa pandilla de insolentes jóvenes, que tiene en Lamine Yamal a la bandera del futuro del Barça. Del futuro que ya es presente.
Mismas piezas, equipo nuevo
Flick ha tejido un Barça nuevo con las mismas piezas de hace un año porque ni siquiera ha disfrutado de Dani Olmo, la pieza que debía (y lo ha hecho cuando ha jugado) dar un salto de calidad al proyecto. El problema es que lo ha tenido poco tiempo. Pero Hansi ha estimulado de tal manera a su plantilla que parece otro. Pero no.
Son prácticamente los mismos, aunque jueguen diferente, con un atrevimiento que raya en la inconsciencia llevando su defensa a 50 metros de un portero que no es el titular. Lesionado desde septiembre pasado Ter Stegen es ahora Szczesny, un ‘jubilado’, y no es exageración alguna, quien protege con suficiencia -ha recibido solo cuatro goles en los seis últimos partidos- a ese atrevido equipo que solo sabe mirar hacia adelante, mientras tiende la trampa del fuera de juego a todo rival que se le pone por delante sin asustarse de nadie, sea Mbappé, Kane, Julián Álvarez… Hasta 223 fueras de juego ha provocado en 45 partidos, cifra inalcanzable en Europa.

Lamine Yamal. / EFE
Y el Barça justo ahora, pase lo que pase en los dos meses finales, ha completado el largo período posMessi, atravesando, y encima lejos de su casa todas las fases. Ha vivido el duelo lejos del Camp Nou, viviendo de prestado en Montjuïc. Primero superó la fase de la negación -nadie imaginó que Leo se fuera en contra de su voluntad-, luego, la negociación con la realidad. Después, la depresiva. Más tarde la de la ira -¡por qué se le dejó escapar y fue después campeón del mundo con Argentina sin ser azulgrana!- y, finalmente, la de la aceptación.
Y tuvo que ser Flick, ese extraño y neófito técnico, quien ha dibujado un radiante y brillante Barça que le despoja de la añoranza de Messi. De Leo jamás se olvidará nadie. Pero este fútbol, eléctrico, divertido y con alma, es el mejor homenaje que le puede hacer.