En el anuncio de las nominaciones a los Óscar bajo el fuego de Los Ángeles, es más fácil enumerar las categorías en las que Emilia Pérez no aspira a un premio. En una redundancia espectacular, ha sido seleccionada a la vez para mejor película extranjera y mejor película, punto. La cinta de Jacques Audiard viene jaleada por quienes no la han visto como una defensa del colectivo transexual y de la redención social. Conviene corregir que se trata en realidad de un narcomusical antitrans, y quienes alberguen dudas al respecto bastará que revisen el desenlace de la balacera, aunque para ello deberán matricularse antes en alguna proyección.
Se puede inscribir a la anarcoide Emilia Pérez en la campaña de Trump contra México. El país latinoamericano donde hoy se estrena ya ha expresado su horror, ante el capricho de frivolizar con una guerra de narcos que arrastra medio millón de muertos. ¿Hubiera encajado España sin rechistar un musical francés sobre ETA en el apogeo asesino de la banda? El cine no solo desataba pasiones, también sirve para calmarlas, y la película que acapara nominaciones merece los premios que recolectará en marzo con dos matizaciones. La memorable actuación de Zoe Saldaña ha sido desterrada a la categoría de mejor actriz secundaria, cuando es la auténtica protagonista sin desmerecer a Karla Sofía Gascón.
En cuanto a la actriz española, tiene prácticamente garantizada una estatuilla que si hubiera justicia recaería en Mikey Madison, por su insuperable prostituta en Anora.
En cuanto al resto del panel, viva Cónclave aunque esté sobrevalorada por la fascinación de Hollywood hacia las películas de hombres con faldas y a lo loco, aparte de que es la auténtica prédica a favor de los trans. Timothée Chalamet es un candidato muy cualificado por haber interpretado a un Bob Dylan sin narices, domesticado. Y The Brutalist se erige en la gran rival de Emilia Pérez, aunque se debe desconfiar de una película que necesita más de tres horas para actualizar El manantial sobre Ayn Rand, donde se obligaba al espectador a tragarse que Gary Cooper podría ser arquitecto.
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