Seguir siendo lynchianos sin David Lynch, por Salvador Llopart

Seguir siendo lynchianos sin David Lynch, por Salvador Llopart


David Lynch ha alumbrado un mundo propio con sus películas, sus fotografías, sus cuadros o su música. Un mundo de sugerencias que cabe en un solo adjetivo: lynchiano. Me niego a reducirlo al término surrealista. David Lynch ha sido algo más que la realidad trascendida por la poesía. El director fallecido a causa de un enfisema pulmonar -él mismo decía que producido por el exceso de tabaco- es más “lynchiano”, como Kafka es más “kafkiano”, cuando te pierdes, y siempre te pierdes, en su obra.

Lynchiano es, por ejemplo, ese momento en el que, viendo una de sus películas -cualquier de ellas menos quizá ‘Dune’ (1984), cuando se dejó tentar por el sueño de Hollywood, y ‘Una historia verdadera’ (1999), cuando se quiso demostrar a sí mismo que sabe contar “del derecho”- y de pronto piensas, quizá mientras te rascabas la cabeza: ¡claro!, ahora lo entiendo (aunque no entendieras nada en realidad).

En el rodaje de 'Cabeza borradora'

En el rodaje de ‘Cabeza borradora’

LIBRA FILMS

A un nivel profundo, sí, ahí hay respuestas. Porque según Lynch todo está conectado, como afirma la meditación trascendental, tan querida -y potenciada- por el mismo Lynch. Miras ‘Cabeza borradora’ (1977), por empezar por su primer largo, aquel que rodó a lo largo de cinco o seis años, o sus fotos en blanco y negro de la misma época y encuentras los mismos paisajes desolados de arrabales industriales de Filadelfia, donde en su juventud luchaba por convertirse en pintor.

Antes que nada, fue director de culto. Y después fundó una iglesia. Su obra tiene un aire catedralicio desde, por lo menos, ‘Blue Velvet’ (1986) donde la extrema profesionalidad -el producto bien acabado- no negaba, al contrario, potenciaba, las narrativas no lineales, característica desde entonces de David Lynch. Ahí donde la emoción, venga de donde venga, tenía mucho más valor narrativo que la cronología o la sucesión de acontecimientos.

Como artista visual, con sus pinturas y fotografías, nos hace sentir inseguros en un mundo que se destruye a sí mismo, donde el ruido se parece a la música celestial

Vale, el sueño o eso que llamamos el inconsciente ha estado siempre ahí. Pero su concepción visual ha resultado diferente, inesperada, única: lynchiana, o sea. Donde la atmósfera es más importante que la lógica. Y así seguimos, pues no se puede evocar a Lynch sin hablar de su música y su colaboración con el compositor Angelo Badalamenti, tan lynchiano o más que el propio Lynch. ¿Qué sería de la saga ‘Twin Peaks’ -serie de televisión, con tres temporadas y también película de cine en “Fuego camina conmigo’ (1992)- sin el bello cadáver de Laura Palmer y la música de Badalamenti? Me cuesta imaginarlo.

Sobre todo Lynch ha resultado un creador inquietante. Como artista visual, con sus pinturas y fotografías, nos hace sentir inseguros en un mundo que se destruye a sí mismo. Ahí donde el ruido se parece mucho a la música celestial, que también Lynch incursionó en el rock industrial e industrioso. Esa capacidad de inquietar, haciendo que se muevan el suelo bajo nuestros pies, llega a su cenit en sus películas postreras, como ‘Carretera perdida’ (1997) y sobre todo ‘Mulholland Drive’ (2001) y su aire neo-noir, con Naomi Watts, Laura Harring y Justin Theroux en los papeles principales. Poco definidos y cambiantes, pero sin duda principales.


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Digamos, por intentar resumir ‘Mulholland Drive’, lo que el mismo Lynch decía que era: “Una historia de amor en la ciudad de los sueños”. Sueño o pesadilla abierta a la interpretación que le valió a Lynch la nominación al Oscar: Hollywood, aunque no entendiera demasiado, como todos los demás, reconocía el valor. El valor del misterio, de la realidad trascendida, de la lógica del sentimiento por encima de la razón. Y de los servicios prestados. “Hay un gran agujero en el mundo ahora que no está entre nosotros”, escribía la familia de David Lynch en las redes sociales a raíz del fallecimiento de este director inconformista que, paradójicamente, fue reconocido por el gran público sin renunciar a explorar lo extraño o lo radical ni abandonar nunca su actitud experimental. Sin renunciar a ser lynchiano, en definitiva.

Seguiremos en ello, maestro. Buscando respuestas sin pregunta.





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